(Cato 05) El águila Abandona Britania(c.1) by Simon Scarrow

(Cato 05) El águila Abandona Britania(c.1) by Simon Scarrow

autor:Simon Scarrow
La lengua: es
Format: mobi
Tags: adv_history
publicado: 2010-03-19T23:00:00+00:00


Capítulo XXV

—¿Bátavos? —Fígulo miró hacia la cima de la colina, como si esperara que sus perseguidores a caballo aparecieran en cualquier momento. Se volvió hacia su centurión, que estaba sin aliento—. ¿Cuántos dice que vio, señor?

Cato aspiró profundamente antes de poder responder.

—No más... no más de un escuadrón... menos... vienen en esta dirección. Lleva a los hombres a cubierto.

Fígulo echó un último vistazo al sendero y luego se dio la vuelta para dar las órdenes, llamando a los legionarios en voz baja, como si los bátavos ya pudieran oírles en aquel momento. Los soldados se apresuraron a salir del camino y se dispersaron a corta distancia por entre la crecida hierba y los raquíticos arbustos que crecían a ambos lados. Agachados, desenvainaron las espadas y dagas y las sujetaron en sus puños apretados. En el sendero sólo quedaron Cato y Fígulo, el centurión doblado en dos mientras intentaba recuperar el aliento.

—¿Vamos a atacarlos? —preguntó Fígulo.

Cato levantó la mirada hacia el optio como si éste estuviera loco.

—¡No! A menos que tengamos que hacerlo. No vale la pena arriesgarse.

—Somos más que ellos, señor.

—Van mejor armados y a caballo. No tendríamos ninguna posibilidad.

Fígulo se encogió de hombros.

—Podría ser que sí, si los atrapamos en este sendero. Y podríamos utilizar los caballos para llevar a algunos hombres.

—En estos pantanos serían un problema más que una ventaja.

—En tal caso, señor —dijo Fígulo con una sonrisa—, siempre podríamos comérnoslos.

Cato meneó la cabeza, desesperado. Allí estaban, a punto de que los encontraran y les dieran caza, y su optio pensando en comida. Inspiró profundamente una última vez y se enderezó.

—Evitaremos el combate si podemos. ¿Entendido?

—Sí, señor.

—Yo iré con los hombres por este lado del camino. Tú por el otro. Que permanezcan ocultos y en silencio hasta que yo te diga algo.

—¿Y si nos ven, señor?

—Tú no hagas nada hasta que yo dé la orden. Nada de nada.

Fígulo asintió con la cabeza, se dio la vuelta y echó a correr hacia sus hombres, atravesando con un susurro las altas briznas de hierba y esparciendo a su paso las gotas de lluvia que las cubrían. Cato echó un rápido vistazo a su espalda y vio que sus hombres habían pisoteado la maleza en su intento por encontrar un lugar donde esconderse. Ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto y Cato corrió para reunirse con los soldados que estaban al otro lado del camino. Un crecido macizo de espadaña que se agitaba era lo único que señalaba el punto donde algunos hombres todavía ajustaban sus posiciones.

—¡Estaos quietos, joder! —exclamó Cato.

Las cabezas marrones de la espadaña dejaron de moverse enseguida en tanto que Cato encontró un espacio entre dos de sus hombres y se agachó apoyando una rodilla en el suelo. Se llevó una mano a la boca haciendo bocina:

—¡Fígulo!

Una cabeza se asomó a unos treinta pasos de distancia por el lado opuesto del sendero.

—¿Señor?

—Recuerda lo que te he dicho. ¡Recuérdalo!

—¡De acuerdo! —Fígulo volvió a agachar la cabeza, dejando que Cato paseara una última mirada por su banda de fugitivos.



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